La Criolla y sus travestis aflamencados

El tío del famoso cantante Julio Iglesias, Manuel Iglesias-Sarria Puga, publicó en 1987 una autobiografía en la que comenta su breve estancia en la Barcelona de 1934. No había turista que llegara a Barcelona con ganas de juerga y no pasara por el Barrio Chino.  El propio Manuel Iglesias-Sarria, junto a tres amigos, acabaron en el cabaret La Criolla de la calle del Cid, 10. Su aventura la podemos leer en el libro Mi suerte dijo sí. Evocación autobiográfica de Guerra y Paz (1918-1936-1945), en las páginas 189 y 190:

La leyenda picante, escabrosa, del barrio chino de Barcelona excitaba nuestra curiosidad. Y fuimos a descubrirlo. Bajamos desde la Plaza de Cataluña por la Rambla de las Flores y llegamos a la calle del Conde de Asalto. Me acordé de Pepe Morenés, descendiente suyo, que no venía con nosotros porque no había terminado la carrera.

Íbamos los de siempre: Rafa San Miguel, José María Román, Pepe Taviel de Andrade y yo. Nuestra meta era el famoso cabaret La Criolla. No nos faltó el sentido de la orientación y dimos con él. Apoyado en el quicio de la puerta estaba un tío feo y muy repintado, parecía una carátula. Lo miramos de través, sin comentarios y entramos. El ambiente del local era típicamente portuario. Las paredes estaban pintadas de color ocre fuerte y el techo artesonado. Varias lámparas metálicas terminadas en placas cuadradas le daban una luz indirecta a la sala. En el centro se alzaba un tablado a medio metro del suelo. Estaba rodeado de mesas redondas, la gente que las ocupaba era de diversos pelajes. Hombres rubios de ojos claros, y con camisetas rayadas, otros de tez oscura, cetrinos, de ojos atravesados, con los antebrazos llenos de tatuajes. Algunos mejor vestidos, con americanas y zapatos blancos, estábamos en verano. Entre ellos mujeres de distintos tipos, muchas de ellas atractivas en su belleza procaz. Al fondo, en una línea de palquillos a superior nivel estaba la gente selecta: turistas y señoritos de la ciudad. Las mujeres, muchas de ellas guapas, con mejor aspecto. Afortunadamente, había un palquillo libre y lo ocupamos sin vacilar como si estuviésemos habituados a frecuentar establecimientos como aquel. Llegamos justo a tiempo para presenciar la actuación de una cantante a la que acababan de proclamar Miss Barrio Chino. Nos dijeron que era andaluza, de nombre Carmela. Salió al tablado con un vestido de faralaes y una rosa roja en el pelo peinado en melena corta, sin el clásico moño. Era una mujer espléndida aunque tal vez un poco escurrida de caderas. Morena, con grandes ojos negros, hombros ebúrneos y brazos redondos, moviendo las manos con mucha gracia. Cantaba al estilo de Conchita Piquer. Y lo hacía bien, rematando los estribillos con unos desplantes muy flamencos.


Pepe Taviel, como buen andaluz, se entusiasmó enseguida. Nosotros le seguimos la corriente porque la verdad es que era muy guapa. Terminó su repertorio entre grandes aplausos y la invitamos a nuestra mesa. La gente lanzaba requiebros al pasar y cuando se sentó sentimos que muchas miradas convergían en nosotros, lo que nos llenó de orgullo. De cerca era más guapa todavía a pesar del ligero bozo que la cubría el labio superior. Empezamos a preguntarle cosas. Pepe Taviel, muy cerca de ella, se la comía literalmente. Resultó que era de Cádiz y se le notaba en el acento. El bueno de Pepe no cabía en sí de gozo. “Pues yo soy de Sanlúcar”, dijo acariciándole el brazo que tenía cercano. Estaba embalado y ya no se acordaba de nosotros. Se sentía solo con aquella mujer. En el palquillo de al lado unos catalanes nos miraban con ojos burlones. Y el más cercano a mí me dijo con sorna: “Qué, ¿les gusta la gachí?” “Naturalmente” –le contesté despectivo. “Pues no es una gachí, que es un gachó” – me contestó él. “¿Qué me dice usted?”  “Lo que está usted oyendo aunque parezca mentira”. Miré a nuestra acompañante y caí de repente. Se lo conté a Rafa en voz baja. El también había empezado a caerse del guindo. Las caderas estrechas, la pelusa en el labio, la voz fuerte. Pero cómo decírselo a los dos Pepes que estaban entusiasmados, con la artista en medio de los dos dejándose querer. Se lo dije a Román que estaba a mi lado. “Oye tú, que ella es él” “¿Qué dices? ¡Que es un tío!” Lanzó un taco en gallego. Mientras, otro de los catalanes le comentaba a Rafa que aquella era una de las características clásicas de La Criolla. Al notar nuestros cuchicheos, Carmela, el de Cádiz, se dio cuenta de que se había descubierto el pastel y se puso muy seria. “Bueno niños, lo estaba pasando muy bien con vosotros; pero no me es simpática la vecindad”. Y se fue taconeando fuerte con gran pena de Pepe Taviel, que todavía no se había dado cuenta de nuestra plancha.

También aparecen los travestis aflamencados de La Criolla en la película La Bandera, rodada en 1935, con Jean Gabin de protagonista:

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