Carmen Amaya (1918-1963) – ESP

Biografía revisada por Montse Madridejos (C)

Hubo un tiempo en el que el flamenco fuera de España se llamaba Carmen Amaya (Barcelona, 1918 – Begur, Girona, 1963). Aunque hace más de 60 años de su fallecimiento en Begur (Girona),  todavía resuenan sus veloces taconeos en la memoria de los aficionados más longevos y entre los que descubren o redescubren sus bailes gracias a youtube o las redes sociales. El arte de Carmen Amaya pasó de lo local a lo universal en apenas cuarenta y cinco fulgurantes años de viajes y éxitos, de la pobreza a los aplausos de Hollywood, de los tablaos barceloneses a los mejores teatros del mundo. Tan internacional ha sido su fama que hasta un cráter de Venus lleva su nombre. Tan deslumbrante y arrebatador era su baile que hasta el presidente de los Estados Unidos Roosevelt se quedó maravillado al verla bailar. El poeta Jean Cocteau, después de verla actuar en París afirmó:

Carmen es el granizo sobre los cristales, un grito de golondrina, el cigarro que fuma una mujer soñadora

Una artista genial e irrepetible, nacida en 1918 en Barcelona, en una de las miserables barracas que se hacinaban desordenadamente en la playa del Somorrostro, un espacio entre donde ahora está la playa Nova Icària y el Bogatell. Su padre, José Amaya, apodado el Chino, fue guitarrista flamenco y su madre Micaela Amaya ocasionalmente bailaba zambras en la intimidad familiar.

El matrimonio Amaya Amaya tuvo, que conozcamos, 7 hijos, por orden: Paco, Carmen, Antonia, Leonor, José, Antonio y María. Todos se dedicaron profesionalmente al flamenco, menos el pequeño José, del que se pierden las noticias en sus primeros años de vida. Paco fue guitarrista y Carmen, Antonia, Leonor, Antonio y María se dedicaron al baile y, esporádicamente, al cante, caso de Carmen y Leonor. La hermana de la madre, Juana Amaya, conocida como La Faraona, fue, en cambio, muy conocida por su talento al baile.

Carmen despuntó maneras desde muy pequeñita y recorría todas las noches los tablaos y tabernas del Barrio Chino barcelonés bailando en compañía de su padre y de su tía. Según sus propias palabras, debutó en el Teatro Español del Paralelo en la compañía de cómicos de Josep Santpere y Josep Bergés. Probablemente, su primera actuación en un teatro fuera con la obra La Campana de Gràcia o el Fill de la Marieta (secuela de la tan coreada La Marieta de l’ull viu) estrenada el 7 de junio de 1924.

En 1929 comenzó su proyección internacional, formando parte del Trío Amaya junto a su tía Juana La Faraona y su prima María, siendo contratadas para actuar en París, en el espectáculo de la cupletista Raquel Meller titulado París-Madrid. Este espectáculo fue estrenado en abril de 1929 en el Music-Hall Palace. Aprovechando su estancia en París, el director de cine Benito Perojo también se fijó en el Trío Amaya para ambientar «a lo flamenco» unas secuencias de su película La Bodega.

A su vuelta a Barcelona, continuó actuando por todos los escenarios posibles, en el Bar del Manquet, en el Cangrejo Flamenco, en el Edén Concert, en el Teatro Circo Barcelonés, en el bar de Juanito El Dorado o en el famosísimo Villa Rosa, gestionado por la familia Borrull.

Con motivo de la inauguración de la Semana Andaluza en la Exposición de Barcelona de 1930, toda la familia fue retratada para un reportaje gráfico que apareció en la portada del suplemento Notas Gráficas de La Vanguardia, el 24 de junio de 1930. 1931 fue el año en el que el periodista Sebastià Gasch, cronista de la noche barcelonesa y especialista en flamenco, descubrió y describió el arte de una pequeña gitanilla que embrujaba con sus bailes, en la revista Mirador:

En la Taurina hay que tener suerte y acertar con el día. Ya que algunas noches, pocas, baila Carmencita. Es difícil encontrar la palabra exacta para comentar esta maravilla. Imagínense una gitanita de unos catorce años sentada encima del tablado. Carmencita se mantiene impasible y estatuaria, altiva y noble, con una nobleza racial indefinible, hermética, ausente de todo y de todos, sola con su inspiración, en una actitud figée para permitir al alma elevarse hacia regiones inaccesibles. De repente, un salto. Y la gitanita baila. Lo indescriptible. Alma. Alma pura.

A partir de 1933, sus actuaciones y éxitos se suceden, ya conocida como La Capitana. Apareció brevemente en la película de José Buchs Dos mujeres y un Don Juan y compartió escenarios con las figuras más relevantes del flamenco de esa época: La Niña de los Peines, Manuel Vallejo, Manuel Torres, José Cepero, los Borrull, Pastora Imperio, Niño Ricardo, Montoya o Sabicas, que se convertiría durante muchos años en su pareja artística a la guitarra. El despegue definitivo, a nivel nacional, se produjo en 1935, año en el que el director José Luis Sáenz de Heredia la contrató como artista invitada en la película La hija de Juan Simón y Jerónimo Mihura hizo lo propio para el cortometraje Don Viudo de Rodríguez. Instalada con su familia en Madrid, actuó en multitud de salas, como el Teatro de la Zarzuela con Concha Piquer y Miguel de Molina y en otras localidades españolas, como Huesca, Sevilla, San Sebastián o Valladolid. Su primer papel como protagonista en el cine se lo proporcionó Francisco Elías para María de la O, rodada en 1936, meses antes de dejar España. En 1936, recién comenzada la Guerra Civil, Carmen Amaya y su troupe se encontraban de gira en Valladolid con el espectáculo de Luisita Esteso. De allí cruzaron la frontera hasta Portugal y, tras un breve espacio de tiempo en Lisboa, se embarcaron rumbo a Buenos Aires en el buque Monte Pascoal, haciendo escalas en Brasil y Uruguay. Coincidiendo con la temporada veraniega en Buenos Aires, su compañía fue contratada para actuar en el Teatro Maravillas, estrenando espectáculo el 12 de diciembre de 1936. El éxito fue inmediato y apabullante: centenares de funciones ininterrumpidas, todo un año en cartel con el papel vendido y su fama creciendo como la espuma. En junio de 1937, decía de ella el periodista Edmundo Guibourg para el diario bonaerense Crítica:

Cuatrocientas funciones consecutivas lleva ofrecidas en el Maravillas la bailarina gitana Carmen Amaya, sin que haya decaído el interés que despertó desde la velada de su presentación en ese escenario, donde su revelación puede decirse que fue una sorpresa.

[…] Desde los primeros días de la actuación de Carmen Amaya el público abarrotó la vieja sala inhóspita del Maravillas, pese a las inclemencias de la estación veraniega, mientras los demás teatros se veían desiertos o poco menos. Variantes en el programa y una nutrida troupe de varietés, coadyuvaron a que la asiduidad de los espectadores no decreciese una vez iniciada la temporada teatral del año, prolongándose hasta ahora lo extraordinario de los ingresos, sobre la base del prestigio adquirido por la bailarina.

Junto a Carmen actuaron, en los primeros momentos, su padre José Amaya, El Chino, su hermano Paco y El Pelao, a la guitarra, Asunción Pastor de cancionista, y un nutrido grupo de artistas de variedades entre los que se encontraban los hermanos argentinos Marbel, mentalistas de la época, la pareja de excéntricos Hermanos Rubians o el cantaor Chato de Valencia. Meses más adelante se unieron a la compañía Los Chavalillos Sevillanos (unos jovencitos Rosario y Antonio), Ramón Montoya y, finalmente, Sabicas.

El éxito que cosechó en Argentina le permitió presentarse en otros países como Uruguay, México y Cuba. En 1939, rodó en La Habana a las órdenes de Jean Angelo el cortometraje El Embrujo del Fandango, en el que actuó con un traje de inspiración bolera de color verde que fue inmortalizado por Ruano Llopis en su famoso cuadro dedicado a «Carmen Amaya, prodigio del arte flamenco, con admiración y afecto», en junio de 1939, en México.

En la capital mexicana debutó en el Teatro Fábregas en abril de 1939 y se mantuvo hasta agosto de ese mismo año, con incursiones en otras localidades como Guadalajara (actuó en el Teatro Tívoli el 24 de junio) o Torreón (en cuya plaza de toros actuó el 16 de julio). De enero a abril de 1940 actuó en la sala El Patio de México D.F. junto al bailarín Antonio Triana quien, según su mujer Rita de Triana, fue el intermediario entre Carmen y Sol Hurok, el mánager de estrellas norteamericano que la contrató para debutar en Nueva York. Sol Hurok gestionó en Estados Unidos la carrera de artistas de la talla de Vicente Escudero, La Argentinita, Mstislav Rostropovich, Arthur Rubinstein, Marian Anderson, Anna Pavlova, Isadora Duncan o Andrés Segovia. De estos años son los elogios del director de orquesta Arturo Toscanini declarando: «nunca en mi vida he visto una bailarina con tanto fuego y ritmo y con una personalidad tan maravillosa», o los de Leopold Stokowski: «¿qué diablo será el que lleva en el cuerpo?».

Carmen Amaya y su compañía llegaron a Estados Unidos el 9 de diciembre de 1940 y, de la mano de Hurok, debutaron en el night-club Beachcomber de Nueva York el 17 de enero de 1941. A partir de este momento empezó el periodo dorado en la trayectoria artística de Carmen Amaya. Los periodistas desbordaron su imaginación describiéndola como «el vesubio humano», «la bomba de fuego», «el volcán humano» o «la tempestuosa bailarina».

La influyente revista LIFE le dedicó un amplio reportaje con unas magníficas fotos de Gjon Mili, en marzo de 1941, que fueron expuestas en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA). De la mano del propio Hurok participaron en el documental Original Gypsy Dances que le sirvió de carta de presentación al público neoyorquino. Grabó junto a su compañía las Flamencan Songs and Dances I y II para la discográfica Decca en junio de 1941. Por esas mismas fechas, se subió junto a su compañía a un avión, por primera vez, para ir a Washington y bailar para el presidente Roosevelt. Posteriormente, dejó el Beachcomber y debutó, a lo grande, en el Carnegie Hall de Nueva York junto a Antonio Triana en enero de 1942. Ese mismo año empezó su primera gira por los Estados Unidos, alcanzando Los Ángeles en marzo y siendo contratados en Hollywood para actuar en la película Panama Hattie, aunque finalmente no aparecieron en las copias comerciales. Entre junio y julio, actuó en el vodevil Laugh, Town, Laugh de Ed Wynn en el Teatro Alvin de Broadway.

En 1943, fue invitada para bailar, de nuevo delante de Roosevelt, pero esta vez en el Waldorf Astoria de Nueva York, en el President’s Birthday Ball, la fiesta benéfica que se hacía cada cumpleaños del presidente para recaudar fondos en la lucha contra la poliomielitis.

Llegó a ser tan popular en la ciudad de los rascacielos, que los grandes almacenes más prestigiosos de la época, los Arnold Constable, organizaron un desfile de moda veraniega en que varios vestidos estaban inspirados en la figura de Carmen Amaya. Era conocida como la famosa bailarina gitana que cobraba 2.000 dólares a la semana. En ese mismo año estrenó su versión de El Amor Brujo ante 20.000 espectadores en el inmenso Hollywood Bowl de Los Ángeles (como curiosidad, es interesante anotar que en este escenario Carmen Amaya y su compañía actuaron dos días seguidos y Frank Sinatra tan solo una vez).

Continuó bailando por numerosas salas de concierto por todos los Estados Unidos (Detroit, Chicago, Seattle, Tacoma, Phoenix, Fresno, San Francisco, Portland, Pasadena, San Diego, Los Ángeles, Philadelphia, Saint Louis, Washington, etc.) y aprovechó de nuevo las estancias en Hollywood para grabar sus bailes en las películas Knickerbocker Holiday (1944), Follow the Boys (1944) y See My Lawyer (1945). De esta época se cuentan fantasiosas historias acerca de la aventura norteamericana de ella y su familia. Viviendo ajenos a las convenciones americanas, siempre muy unidos, formando una pintoresca piña familiar que incluía a viejos y niños, trasladándose como nómadas por toda la geografía con su arte, sus maletas y sus ollas y pucheros.

Seguía manteniendo sus buenos contactos con Argentina, donde volvió periódicamente a actuar en 1943, coincidiendo con Miguel de Molina en el Teatro Odeón de Rosario, y en 1945, donde actuó en el Teatro Avenida de Buenos Aires coincidiendo en noviembre con Pepe Marchena y Concha Piquer. En 1945 también estuvo una larga temporada en México, manteniéndose más de quince semanas consecutivas de éxito en la sala El Patio. En la capital mexicana la contrataron para actuar en la película Los amores de un torero (estrenada posteriormente en España con el nombre de Pasión gitana), junto al torero Cagancho. Además de en México y en Argentina, actuó puntualmente durante estos años en La Habana (Cuba), Río de Janeiro (Brasil), Montevideo (Uruguay) y Caracas (Venezuela).

En 1946, una crónica de un periódico norteamericano recogía una simpática entrevista a Carmen Amaya, mientras actuaba en México. Fue entrevistada por Jeanne Francis Fetter, mujer de Rómulo Negrín, hijo de Juan Negrín (último presidente del Gobierno de la II República española), con motivo de su larga ausencia de España. Le preguntaron a Carmen:

– ¿Se está planteando volver a España?

– No… tengo miedo… dijo Carmen Amaya.

– ¿Miedo de Franco? Respondió Jeanne F. Fetter.

– No. Una gitana sola puede manejarse con Franco.

– Tengo miedo de los pavos…

– ¿Qué pavos? Le preguntó J.F. Fetter.

– Los diez pavos. Contestó Carmen.

– Diez pavos es todo lo que pagan en España a una bailarina.

Finalmente, bien por la nostalgia, bien motivada por la muerte de su padre, acaecida en Buenos Aires en 1946, Carmen Amaya volvió a España en el verano de 1947.

Después de once años de ausencia, aterrizó en el aeropuerto de Barajas (Madrid) el 11 de agosto de 1947 proveniente de Montevideo, como una artista consagrada mundialmente. Ese año estrenó en septiembre su espectáculo Embrujo Español en el Teatro Madrid de Madrid y lo siguió representando en diferentes localidades españolas, como Barcelona, Valladolid, Zamora, Málaga o Sevilla.

De vuelta a Europa se reintegró a su compañía su tía Juana Amaya, La Faraona, y empezaron a tomar protagonismo la pareja de baile formada por Teresa Viera Romero y Luis Pérez Dávila, conocidos artísticamente como Teresa y Luisillo. A partir de ahora, los espectáculos de Carmen Amaya se representaron en los mejores teatros de cada ciudad de cada país. En París actuó del 5 al 11 de mayo de 1948 en el prestigioso Teatro Champs Elysées y en julio actuó en el Prince’s Theatre de Londres. Todo 1949 estuvo de gira por el resto de Europa. En su nueva gira por Argentina en 1950, llenó el Casino de Mar del Plata, el Teatro Astral de Buenos Aires y el Teatro La Comedia de Rosario, incorporándose al elenco el virtuoso guitarrista Mario Escudero y el bailaor Paco Laberinto.

En 1951, actuó en Biarritz, Madrid, Barcelona, Lisboa, Oporto y conoció, de la mano del guitarrista Mario Escudero, al que sería su marido, el también guitarrista Juan Antonio Agüero. Se casaron el 19 de octubre en Barcelona, en la iglesia de Santa Mónica, al final de las Ramblas. Fue una ceremonia sencilla, fiel a su estilo, a primera hora de la mañana, con unos pocos amigos íntimos y familiares allegados.

A partir de entonces y, probablemente influida por el carácter inquieto y viajero de Agüero, la compañía de Carmen Amaya desplegó su arte por todos los rincones del planeta. Es difícil seguirlos en sus innumerables viajes: España, Francia, Argelia, Inglaterra, Estados Unidos, Argentina, Chile, Costa Rica, México, Venezuela, Cuba, Perú, etc. Llegaron a México en 1955 y se reencontraron con Sabicas que volvió a formar parte de la compañía en las giras americanas. En esta ocasión, también se unieron al elenco la pareja de baile Pepita Ortega y Goyo Reyes.

Su vuelta a Nueva York, de nuevo en el Carnegie Hall, provocó la enaltecida crítica del experto en danza John Martin para The New York Times, el 1 de octubre de 1955, que decía así:

Ciertamente, Carmen Amaya no ha perdido el tiempo durante este tiempo de ausencia de los escenarios de Nueva York. Nos dejó un torbellino gitano sin mucha forma ni disciplina, ha vuelto una artista.

En estos años podemos encontrar numerosas instantáneas de ella con los actores y estrellas más conocidos de los Estados Unidos: Marlon Brando, Mary Astor, Wallace Beery, una joven Kim Novak, Tamara Toumanova, Katherine Dunham, Josephine Baker, Dana Andrews, etc.

En 1956 y 1957 grabó en Nueva York con Sabicas a la guitarra los álbumes Queen of the gypsies y Flamenco! ensalzados por la prensa y acerca de los cuales, el pianista y compositor Friedrich Gulda confesó:

Me gustaría encontrar los viejos discos de Carmen Amaya con Sabicas; los perdí en mi segundo divorcio. Se debería decir a las ex esposas: te lo dejo todo, menos los discos de Carmen Amaya.

Volvió a actuar en diferentes películas como Quand te tues-tu? (del director francés Émile Couzinet, en 1953), Dringue, Castrito y la lámpara de Aladino (rodada en Argentina en 1954 a las órdenes de Luis José Moglia) y Música en la noche  (del director Tito Davison, rodada en México en 1958).

En 1959, gracias a la intervención de su amigo y periodista Josep Maria Massip durante el gobierno del alcalde Porcioles, Barcelona le rindió un emotivo homenaje con la inauguración de una fuente con su nombre en el Paseo Marítimo el 17 de febrero. Ella, emocionada, y generosa como siempre con todos los suyos, trasladó a su compañía desde París a Barcelona para ofrecer un único recital benéfico en el Palau de la Música para construir el nuevo Hospital-Asilo de San Rafael. Al final del concierto, César González-Ruano le impuso la Medalla de Oro concedida por el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Ese mismo año volvió a hacer otra visita fugaz a Barcelona. Esta vez, en octubre, volvió a pasear por su Somorrostro natal, por calles llenas de barro, todavía entre barracas y miseria. Emocionada por las muestras de afecto, organizó un festival con toda su compañía en el Palacio Municipal de Deportes, el 30 de octubre, a beneficio del Somorrostro y en el que también actuaron desinteresadamente Concha Velasco, Mary Santpere, Mario Cabré y Pastora Imperio, entre otros.

 Durante sus últimos años de vida siguió actuando sin desmayo, de nuevo en Francia, Estados Unidos, México, Venezuela, Puerto Rico, Uruguay. En España, encadenó diversas giras por Palma de Mallorca y la Costa Brava, donde finalmente compró una bonita masía, el Mas Pinc de Begur (Girona) en la que poder descansar en los breves interludios de sus extenuantes giras mundiales.

En 1963, año en el que su enfermedad renal empezó a ser más patente, rodó en Barcelona la que sería su última película: Los Tarantos de Francisco Rovira Beleta. Carmen no la pudo ver estrenada en las salas comerciales, pero ha quedado como su gran testamento cinematográfico. Una actuación llena de emoción, dramatismo y bailes inolvidables, como las bulerías entre las barracas o el taranto en el Bar Las Guapas.

Carmen quiso pasar sus últimos días en el Mas Pinc de Begur donde murió consumida por una insuficiencia renal, el 19 de noviembre de 1963, a las nueve y cinco de la mañana. Tan solo cuarenta y cinco años de frenética vida, de viajes por todo el planeta, de éxitos y aplausos que todavían perduran en la memoria porque, como se despidió de ella el escritor Néstor Luján:

Carmen Amaya fue un ser excepcional, de esos que sirvieron, con absoluta donación de sí mismos, a la misteriosa danza andaluza, que tiene una forma vieja y cambiante, como la hoguera